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AVENTURA EN TIERRAS GUARANÍES

El pueblo mbya guaraní representa el espíritu de la LIBERTAD. Todo se cimienta sobre la libertad: no la empeñan ni la venden a ningún precio y, por eso, han logrado hacer resiliencia a pesar de todo y de todos hasta hoy. Esta es la historia de cómo llegué allí y lo que vi, oí y aprendí.

Al mismo tiempo que se desperezaba el sol, salí en moto desde Asunción dirección Caaguazú, localidad ubicada a medio camino de Ciudad del Este. Tras encontrarme con Sara Benítez, el nexo entre la comunidad Tekoa Mirî Poty y el exterior, nos adentramos en un territorio frondoso, arenoso y de difícil acceso que, según escuché, también frecuenta la guerrilla paraguaya. Mientras íbamos camino adentro, pensé que era una bendición que todo aquello hubiera sobrevivido a la llegada de mis antepasados… “¡Qué suerte tienen de vivir aquí tranquilos en la naturaleza!”, suerte amenazada por la política, agricultores, multi-nacionales, inundaciones e incendios entre otras cosas, razones todas por las que, finalmente, me concedieron acceso al territorio con permiso para grabar.

Lo primero que hice al llegar fue ayudarles a terminar de construir la nueva cabaña de los abuelos, pues el pueblo mbya guaraní es un pueblo andariego, no nómada, andariego, ya que relacionan su estado de ánimo con el ambiente energético. Por eso, cuando sienten que un lugar se ha contaminado y vuelto tóxico, no importa lo que hayan cultivado o plantado allí: lo abandonan en busca de un nuevo espacio que les permita respirar aliviados y sentirse a gusto. Esa es la razón por la que cambian constantemente de lugar, siendo este uno de sus motivos de mayor sufrimiento, pues al haberse reducido y cercado los bosques por incendios, deforestación, privatización o expropiación ya no pueden instalarse en cualquier sitio como un ave elige el árbol donde construir su nido. Este es su pensamiento: el ser humano debe vivir donde es feliz.

Acampé tres días en su territorio sagrado para poder observar y entender la comunidad mientras esperaba la palabra de los abuelos. Dos veces tuve la inmensa fortuna de asistir a sus rituales tradicionales en el Opy, que traducido literalmente significa “mi espacio interior”. En el Opy uno se adentra en mí mismo, en su intimidad y espacio de espiritualidad personal. Lo recrean de forma física exterior con forma de casa grande para adentrarse en él cada vez que necesitan encontrar alivio para los males que les aquejan, siendo esta una forma de enseñarnos que la mayoría de las respuestas las tenemos dentro de nosotros aunque las preguntas vengan de afuera. Es un lugar de sanación y cirugía emocional del que salen renovados y cuyas reuniones no son preestablecidas, al igual que los cantos improvisados. Cada ceremonia y ritual son únicos e irrepetibles.

Pasaron los días mientras me nutría de la filosofía de un pueblo ancestral completamente nueva para mí y, con mucha paciencia y disfrutando el proceso, esperé conviviendo con ellos hasta que en la tercera madrugada la Gran Abuela me concedió finalmente su palabra. Pero antes de hablar, había que ahumar. El humo representa al espíritu del fuego, y es el que ayuda a encaminar la invocación de las espiritualidades del universo hacia los seres terrenales y viceversa. Se ahúman los instrumentos, las personas, las semillas y todo aquello que para la cultura mbya es sagrado. El humo representa la incertidumbre que nubla la vista del ser humano hasta hoy, sugiriendo el gran ejercicio de humildad que la Humanidad no llega a desarrollar plenamente, pues tendemos a creer que ya lo hemos visto y sabemos todo. Así, el humo nos recuerda que todo aún está por verse y por saberse tras esa cortina grisácea que aún aguarda a que nos animemos a atravesarla y descubrir qué hay más allá.

Una vez habló la Gran Abuela (al final del vídeo), me tradujeron sus palabras y me quedé pensativo. Es probable que yo esperase respuestas en ellas, pero la verdad es que lo que dijo invita a levantar nuevas preguntas o a ahondar en las de siempre. —Porque este mundo es muy cómodo, mi querido Agus: esperas respuestas hechas —me dijo Sara. —Espero que esto sirva para despertar un poquito a los seres que viven muy cómodos en las penumbras sin animarse a mirar la luz que les ayude a entender que pueden llegar a vislumbrar un montón de respuestas reales a muchas situaciones que a diario nos preguntamos por qué suceden.

Y es que a veces hay que separar la mente del corazón para dejar que el corazón piense o que la mente sienta. Hay cosas que no son para ser entendidas sino nada más que para ser comprendidas y aceptadas, y en este mundo hay tanto de eso, hay tanto que nos perdemos, que la Gran Abuela nos invita justamente a ello. Sara insistía en que yo llegué allí para ser una pequeña ventana que invitase a todos de manera pícara y cómplice a través de la tecnología a mirarnos, aunque sea de reojo, con asombro, con curiosidad, con algún sentir que conduzca a una suerte de “¡Oh! ¿Qué es lo que me he estado perdiendo? ¿Acaso hay algo más que yo no sé en esta vida?” Porque abundan los seres que creen que ya lo saben todo, que ya lo tienen todo y, cuando se percatan de que en realidad pasaron por este universo sin saber tener ni poseer nada de lo que ellos creían… se van. Vinieron con tanto y se fueron sin nada. Llegamos tan llenos de talento, de virtud y de belleza que acabamos desperdiciando que, al final, nos comportamos como príncipes desheredados. Por eso, la Gran Abuela nos invita a reencontrarnos, a reeducarnos, a revalorarnos desde la humildad, desde lo inmenso del universo, desde la infinita posibilidad de sentirnos bien con aquello que somos y poseemos.

Así habló Jaryi Jasuka Vendy, lideresa espiritual del pueblo mbya guaraní cuyas palabras brotan de su conexión con los espíritus y las divinidades. —Somos seres de buenos sentimientos en nuestra esencia. Todos venimos provistos de un verdadero y gran amor cuando llegamos a nuestra misión a la Tierra. Todos tenemos la oportunidad de desarrollar esa identidad de seres portadores de buenos sentimientos y de lograr la identidad, la coherencia y la consecuencia del ser humano consigo mismo, con la vida y con la Tierra.

Ella, al afirmar rotundamente “Esta es mi forma de ser”, no está diciendo a nadie “lo que yo soy es lo correcto” o “ustedes tienen que ser así”; tan solo se hace responsable de lo que ella es. Ella pretende romper los modelos: —Yo soy responsable de esto que yo soy, porque nadie puede tener una receta de decirnos cómo vivir, cómo vestir, cómo pensar, qué comer, qué hacer con el único tesoro que nos pertenece: nuestra vida.

Tras la insondable profundidad de sus palabras, se me acercó el Gran Abuelo, que había permanecido en silencio a su lado, y me dijo —No te conocemos, pero creemos en un creador que nos da una misión en esta vida. Y si creemos de verdad en él, debemos creer en sus enviados. Estamos convencidos de que eres un mensajero y sabemos que necesitamos de mensajeros nuestros en el mundo. Queremos confiar que tendrás la sabiduría y fortaleza necesaria para transmitir y cuidar de nuestro mensaje: que no sea desoído, que no se tomado como algo banal ni como un montaje —susurró, mientras me regalaba uno de sus instrumentos ceremoniales y yo rompía a llorar. —Sé fuerte, sé valiente. Por favor, mi creador primero, que pueda soportar este camino que él está haciendo: para eso lo condujiste a nuestro hogar. Que sus lágrimas no sean en vano. Sentimos que su confianza y su fe es verdadera. Llevará nuestro portador de espíritus para que le cuide y vigilen. Será su compañero toda la vida. Estás listo, estás preparado. No te desprendas de él —concluyó.

Sara, mientras el abuelo me soplaba humo y succionaba de mi cabeza cosas que no necesitaba para luego toserlas y escupirlas en el suelo, explicó: —El abuelo encomienda tu fragilidad solar. Te retransmite la energía del sol en la mente. Te vacía la mente de toda posibilidad de debilidad o vulnerabilidad y te devuelve pura buena energía. Tú ya sabes lo que te ha costado esperar su palabra, que se da cuando ellos sienten que se tiene que dar. Te entrega y te confía este portador de espíritus bondadosos para que por donde camines lo lleves contigo, para que cuando llegues al hogar de tu fuego convoques al espíritu que te llevas de aquí de ellos y para que, andes donde andes, los llames y sientas que eres responsable a partir de ahora de esos espíritus y los hagas recorrer por el mundo.

Todo esto resonó y continúa resonando tan fuerte en mi ser que me parece muy importante que la gente sepa que aún existen seres de luz que nos permiten conectarnos con fuerzas que tal vez nos brinden la esperanza de que no todo está perdido, de que existen pequeños recovecos como esas rendijas de su pequeño espacio de oración para que podamos respirar y entender que los que vienen por detrás aún tendrán oportunidad de disfrutar de este planeta, de esta vida tan maravillosa que muchos desperdiciamos. “Vyara mirî” dice el pueblo mbya al ser humano. “Vy” significa universo, fruto; “ara” es ser humano. “Vyara” es pequeño fruto humano del universo; así determinamos que los seres humanos son pequeños fragmentos energéticos, pequeñas fuentes de energía del universo y las galaxias en la Tierra. Somos luz y de nosotros depende brillar, encendernos.

La verdad sea dicha: no pude evitar expresarle a Sara que, siendo yo español y con todas las implicaciones que eso supone, no me sentía autorizado para explicar mensajes tan ancestrales. Y me contestó —Yo sé que es complicado, pero si estamos hablando de no regirnos por modelos, ayúdame a vencer ese que tienes en la cabeza de que solamente un guaraní parlante o un descendiente guaraní tiene la autoridad para comprender mensajes tan profundos que carecen de nacionalidades o territorios geográficos. El mensaje de la abuela es humano, no de nacionalidades. Para comprender un mensaje humano, sencillamente hay que ser humano. Y el ser humano como herramienta de comprensión viene desde el principio de los tiempos revestido de sentimientos, sensibilidades e intuiciones. No necesitas nada más: solo ubicarte en el otro y transmitir con tu aliento de viento lo que ella está contando. Si cargas con estigmas de cosas que sucedieron hace 600 años de vuestros ancestros a nosotros y todavía no seamos capaces de curarlo… entonces, ¿de qué estamos hablando? Ahí está la maravilla: queremos que la punta de la flecha que rompa con viejos modelos y estigmas… seas tú. Anímate, no tienes miedo. Y nosotros lo sabemos.

Así, SIN MIEDO, ni entonces ni ahora, finalizó mi paso por la comunidad indígena mbya guaraní del Paraguay profundo. Tenéis los vídeos en el YouTube & Facebook de Soy Tribu. Y necesitan voluntarios o donaciones que les ayuden a luchar por sobrevivir en el ya no tan nuevo orden mundial. Quien se anime a arrimar el hombro, que escriba un e-mail a [email protected] (Paraguay) para colaborar con la Asociación Mborayhu Porã o a [email protected] (Chile) para colaborar con la Fundación Wechoyen.

Aguyjevéte abuelos, por haberme permitido dar a conocer un poquito vuestra cosmovisión. Aguyjevéte Sara, por concederme la confianza. Aguyjevéte a ti, lector, por darte el tiempo de sumergirte en su milenaria filosofía y, si lo sientes, compartirlo. Aguyjevéte, de todo corazón.

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