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EL CARABINERO DEL CAMINO

Me paré en un bonito camino con árboles rigurosamente plantados a cada lado que dejaban pasar algunos rayos de sol, provocando que la vereda se disfrazase de leopardo. Los japoneses llaman a esta luz filtrada komorebi y yo, que no soy japonés pero me gustan las cámaras que fabrican, estaba intentando aferrar la mía a una verja para sacarme una foto cuando, de repente, vi cómo una pequeña nube de polvo era levantada por una moto verde que se aproximaba desde el otro lado.

Conforme se fue acercando me percaté de que era un carabinero, e inmediatamente pensé que había dos cosas que no tenía en regla: Supernova, que estaba atravesada en la vía bloqueando el paso, y mi cara, que mostraba los estragos de quien no ha pegado ojo por habérsele metido agua en la tienda de campaña durante la incesante lluvia de la noche previa.

–Disculpe agente, ya la quito, soy fotógrafo y estaba intentando… –me apresuré a excusarme.
–No es usted el único que encuentra bonito este camino, ¿sabe? –contestó mientras sacaba su smartphone y me mostraba distintas selfies que se había tomado en él, y a continuación me extendió la mano añadiendo:

–Teniente García, encantado.
–Agustín Ostos, motero viajero, ¡un placer! Teniente, ¿usted me podría ayudar a sacarme una con mi cámara? La verja se mueve con el viento y no soy capaz de encuadrar bien el plano.
–Claro, faltaría más –y me la tomó con absoluta diligencia.
–Quizás no sea apropiado, pero aprovechando que usted es extranjero y profesional…
–¿Quiere que le tome una? Por supuesto, ahora mismo.

Le realicé varias, conversamos un rato y se ofreció a acompañarme por la zona de los Saltos del Laja. Me llevó a un mirador de pago, pero como éramos la autoridad sobre ruedas, no tuve que abonar la tasa. Fue emocionante conducir detrás suya por el ripio y, cuando por fin llegamos al asfalto, sentí el respeto a la ley en los ojos de la gente. El pueblo era pequeño, así que todo el mundo le conocía o, mejor dicho, se cuadraba al verle y al vernos, ya que mi moto también es verde y quizás pensaban que yo era un superior que venía de visita. “¿Por qué no? Este traje de rally me sienta fantástico”, pensaba. Además, en muchas ciudades de Chile los carabineros montan F 700 GS, lo cual me animaba a creer que daba el pego.

–Échenle un ojo a las motos.

–¡A la orden, mi teniente! –contestó un recién egresado de la escuela, colocándose al lado de las máquinas con la disciplina de un buen centinela.

Seguimos conversando mientras me llevaba a un supermercado para cargar crédito en mi tarjeta. Me contaba cuánto le gustaría poder permitirse una GoPro como la mía para grabarse conduciendo, y que ahora que le habían ascendido esperaba poder comprarse una. Volvimos a por las motos y, finalmente, me condujo hasta la incorporación de la Ruta 5, advirtiéndome seriamente antes de partir:

–Agustín, si por casualidad, Dios no lo quiera, llega a tener problemas con algún carabinero, por favor pase lo que pase no le ofrezca plata a cambio de olvidarse del asunto, porque irás preso.

–Eso mejor en Argentina, ¿verdad? –sugerí con picaresca.

–Sí, ahí sí se puede –respondió riendo.

Nos despedimos y proseguí rumbo al sur pensando en el doble rasero que suele envolver a las autoridades que ostentan poder. He visto y vivido tanto buen uso como abuso: desde el agente de frontera que te trata con educación y cortesía hasta el que parece que le molesta que ingreses a su país; desde el que enfoca su puesto de trabajo asumiendo con consciencia el rol social que supone hasta el que no se esfuerza en ocultar malas formas de lo hastiado y quemado que está; desde el guardia civil que te ayuda incondicionalmente hasta los municipales que te esperan en una salida oscura de Madrid Río tras un San Isidro celebrado por todo lo alto para calzarte tres galletas sin que nadie lo vea por haberte embriagado en exceso con un amigo. De todo hay en la viña del Señor.

Y con estos pensamientos continué hacia Villarrica reflexionando sobre la buena experiencia que esta vez el camino, nunca mejor dicho, me había brindado.

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