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ENTRAMOS A VENEZUELA

Una cosa es leer en el periódico lo que ocurre en un país lejano y otra muy diferente es ver con tus propios ojos a cientos de familias haciendo fila para abandonar su país no por turismo ni tampoco por placer… sino por necesidad, ingresando en los países vecinos, a menudo, en calidad de refugiados.

Entramos a Venezuela, un país del que la mayoría trata de salir huyendo del hambre, la falta de medicamentos y una super-inflación que cada día socava la economía de una nación que no mucho tiempo atrás era potencia en la región por sus abundantes recursos naturales, pues las mayores reservas petroleras del mundo están aquí. Y sin embargo, lo primero que vimos en Santa Elena de Uairén fue miles de coches esperando en una cola de 2 días para echar apenas 20 litros de gasolina cada uno.

Pero más allá de eso, lo que nos encontramos en la Gran Sabana fue con una hermosa tierra ancestral coronada por el Monte Roraima y llena de cataratas, ríos, flora y animales por doquier, pero poco rastro de las expectativas generadas por los telediarios, tal vez porque esta zona del país está administrada por el pueblo indígena Pemón que, gracias a sus costumbres y al turismo brasileño remanente, puede vivir un poco al margen de la realidad del resto del país.

Documental sobre nuestra incursión en Venezuela

Continuamos explorando la Gran Sabana de un lado a otro intentando filmar testimonios sobre la crisis, pero al ver las cámaras se negaban por temor a sufrir represalias. Aún así, lo intentamos una y otra vez buscando a alguien que pusiera las cartas sobre la mesa sin morderse el labio, pero todo lo que nos permitió ser grabado fueron comentarios colaterales y comedidos, lo cual contrastaba mucho con lo que oíamos cuando las cámaras estaban apagadas… Sin embargo, en Brasil encontramos a un inmigrante venezolano que nos contó sin pelos en la lengua la verdadera realidad de Venezuela.

Nuestro plan de ir a Venezuela y grabar in situ lo que los medios cuentan no salió como esperábamos y así, un poco con el rabo entre las piernas, nos volvimos a Boa Vista. Pero eh, si no nos rendimos en la selva, ¿cómo lo íbamos a hacer aquí? Dado que los testimonios callejeros no saciaron nuestra investigación sobre el asunto, decidimos visitar un campo de refugiados en un día en el que ser feliz era para muchos un desafío: el día… de Nochebuena. Y aún así, a pesar de todo, a muchos se les veía felices.

Solo en Boa Vista hay casi una veintena de campos como este que tratan de ayudar a los refugiados a conseguir trabajo en otras partes de Brasil para que puedan insertarse en la sociedad brasileña y comenzar así una nueva vida. Más de cinco millones de venezolanos han emigrado desde 2013. Hay quien condena al gobierno y quien lo excusa por las sanciones norteamericanas, pero lo que está claro es que estamos viviendo uno de los grandes éxodos de nuestro tiempo y que quedarse con los brazos cruzados no es sino otra muestra más de consciencia sedentaria.

Resulta difícil describir la sensación de compartir la Nochebuena con 500 guerreros y guerreras cuyos ojos encerraban el sueño de salir adelante a pesar de haber pasado de tener una vida cómoda a vivir con toda su familia en una tienda de campaña subvencionada.

La humanidad ha sido emigrante desde sus comienzos y, de la misma forma que ellos no se imaginaban que tendría que dejar todo y emigrar, es imposible saber cuándo nos podría tocar a nosotros, pues la historia está llena de ejemplos en los que el poder político mal empleado puede acarrear terribles consecuencias a quienes menos culpa tienen. Y sí, tal vez la criminalidad haya aumentado allá por donde emigran, pero lo que puedo decir en mi experiencia es que las personas que me crucé parecían representar a un pueblo generoso, empático y amable, al cual deseo, con todo mi corazón, que le lleguen mejores días.

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