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EVERYTHING IS POSSIBLE

“In India everything is possible, my friend”

Aseguraban los indios con la convicción del que habla porque sabe, escondiendo media sonrisa entre la boca y los ojos, con el tipo de mirada que encierra la experiencia vivida en carne.

Podría relatar paso a paso mi viaje: detallar la belleza de lo entrópico, la magia de los trenes por la noche, el olor a barbacoa humana de Benarés, la mirada penetrante de los sin casta, cuánto corrí en un par de ocasiones por llegar a un baño a tiempo, la vez que acabé en una película de Bangalore o cómo salté por inercia de Goa a Nepal para acabar ingresado en Nochebuena en un hospital de mala muerte tras subir sin guía a más de 5.000 metros en el Annapurna. Pero me da pereza.

Mejor imagina un lugar donde todo es posible. ¿Abrumador? Lo es. Por eso, en un sitio de estas características uno debe andarse con cautela en cuanto a qué se quiere, qué se busca y qué se desea.

Yo todo lo que pretendía era olvidar aquel mal año y cerrar heridas sin haberlas sanado antes. Por suerte, ahora sé que si haces eso a la mínima saltan los puntos de sutura y que, aunque no te guste, hay que transitarlo sin importar qué. Quizás por ello, los días que más disfruté fueron en aquella terraza de Pushkar escuchando Prem Jeshua desde que salía el sol hasta que se ponía mientras leía El lobo estepario y escribía en mi cuaderno pensamientos inconexos.

Muchos vienen a esta parte del mundo a descubrirse a sí mismos, a conectar con su yo interior y expandir la consciencia a través de yoga, meditación u otras prácticas. Aunque no era mi caso, a la tercera semana algo hizo C-R-A-C-K dentro, como si misteriosas fuerzas telúricas me hubieran empujado inexorablemente a un replanteamiento masivo sobre mí, mi existencia y mi papel en este mundo.

Mientras reflexionaba, miraba el lago del pueblo y repasaba en la cámara los retratos más humanos que he tomado nunca, como si hubiera intentado inconscientemente reflejar en otras caras las distintas partes de mi propio alma. 

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Entonces fue cuando me pregunté: ¿qué quiero? ¿Qué busco? ¿Qué deseo? 

El mero hecho de llegar a esas preguntas y comenzar a desgranar la respuesta hace que el viaje haya merecido la pena. Tras deliberar conmigo mismo, esbocé una suerte de conclusión: quería hacer aquello que me hiciera feliz buscando la realización personal y deseando que a otros les sirviera.

Aunque parezca obvio, no es tan sencillo. De hecho, muchas personas no logran responderse esas tres preguntas y bastante más no lucha lo suficiente para su materialización. Tal vez por eso, al marcharme, decidí traerme un trocito de India conmigo para que, esté donde esté, todo sea posible.

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