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PATRIZIA, SE LLAMABA

Entró en el vagón agitando el lánguido sopor que reina en los trenes que viajan por la noche. Patrizia, se llamaba, y al mirarla aún podían leerse los vestigios de una época dorada. Hablaba con ímpetu y seguridad, tal vez a causa de un pasado en el que su encanto la obligó a mostrarse fuerte.

Mientras charlaba sobre esto y lo otro, comencé a imaginar aquellos tiempos en los que generaba una atracción irresistible, en los que tenerla cerca no resultaba indiferente y uno tuviera que esforzarse en evitar poner los ojos de nuevo sobre ella.

Entonces, comenzó a abrirse y nos contó su historia, una historia que tenía todos los ingredientes de una buena historia: humana, trágica y bella.

Al final del trayecto, le pedí fotografiarla, indicándole que por favor se mostrara tal y como era.

Patrizia, se llamaba, y su mirada no resulta indiferente.