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VOLVER A RODAR

LO ECHO DE MENOS. La libertad del camino, la emoción de la ruta, el corazón bombeando fuerte mientras avanzo hacia lo desconocido; muñeca firme, espíritu vibrante y atención plena enhebrando decenas de variables al unísono.

Velocidad, frenos, inclinación, terreno, embrague, curva, recta, arena, tierra, polvo, agua, peso, cuerdas, cadena… y mi alma lubricada tejiendo todo. Y las cámaras. Y el drone que no se extravíe. Y yo que no me estampe. Y para un rato que descanse. Para que estire las piernas, charle con las ovejas autóctonas y observe el paisaje. Cierro los ojos y respiro: así veo aún mejor.

Añoro llegar exhausto a un hostal de poca monta tras 8 horas de exquisito traqueteo y deliciosas sacudidas. Devorar como un neandertal la comida que encuentre. Tragar cerveza como un vikingo y quedarme dormido al primer roce de almohada. Despertar completamente magullado y decir: JODER, QUÉ GUAPA LA RUTA DE AYER. Me duele todo, PERO QUIERO MÁS.

Sin embargo, no hay mal que dure cien años ni confinamiento que no llegue a su fin. Por eso, riders del mundo, os digo una cosa: VOLVEREMOS A RODAR, VOLVEREMOS A VIVIR.